No puedo cerrar mis puertas ni clausurar mis ventanas: he de salir al camino donde el mundo gira y clama, he de salir al camino a ver la muerte que pasa.
He de salir a mirar cómo crece y se derrama sobre el planeta encogido la desatinada raza que quiebra su fuente y luego llora la ausencia del agua. He de salir a esperar el turbión de las palabras que sobre la tierra cruza y en flor los cantos arrasan, he de salir a escuchar el fuego entre nieve y zarza. No puedo cerrar las puertas ni clausurar las ventanas, el laúd en las rodillas y de esfinges rodeada, puliendo azules respuestas a las preguntas en llamas. Mucha sangre está corriendo de las heridas cerradas, mucha sangre está corriendo por el ayer y el mañana, y un gran ruido de torrente viene a golpear en el alba. Salgo al camino y escucho, salgo a ver la luz turbada; un cruel resuello ahogado sobre las bocas estalla y contra el cielo impasible se pierde en nubes de escarcha. Ni en el fondo de la noche se detiene la ola amarga, llena de niños que suben con la sonrisa cortada, ni en el fondo de la noche queda una paloma en calma. No puedo cerrar mis puertas ni clausurar mis ventanas, mis recuerdos están marchitos por la sal de tanta lágrima. Le mueve el sueño a la diestra una iracunda espada y echa rodando a mis pies una rosa mutilada. Tienen los brazos caídos convicto de sombra y nada; un olvidado perfume muerde sus mentes extrañas, pero no puedo cerrar las puertas ni las ventanas, he de salir al camino a ver la muerte que pasa…
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