sábado, 26 de enero de 2013

Tres eran tres (I)

Una casa de dos plantas.


En un recóndito lugar de un punto cercano, la gente vivía con sencillez y armonía, porque la gente era buena gente: serviciales, honestos, legales… Aunque eran tiempos estrictos y rigurosos con los comportamientos y la moral, y por ello, cargados de miedos y llenos de temores frente a las consecuencias de las despiadadas críticas que empujaban al desprecio más incompresible.

Esta historia comienza con la boda de una joven muchacha que se siente obligada a casarse con un hombre algo más mayor, asunto de los mayores. Ella una muchacha presumida y fina, poco dada a los trabajos duros del campo, cosa que sí se le exigía a la hermana pequeña que se siente discriminada porque, además, la vestían con tela de sacos de papas y la hacían trabajar más que al hermano menor, que era el niño consentido y mimado por ser el único varón.

El hogar del matrimonio se va llenando de niños y la vida transcurre con la normalidad de una familia numerosa. Entre los hermanos siempre existe compatibilidad más con unos que con otros, en este caso, entre los tres mayores (dos varones y una mujer, Rita), las chicas eran tres. Sí, tres eran tres las hermanas; Rita, Nita y Tina, pero Rita destacaba por su nobleza y grandeza emanada de su sencillez y bondad. Rita fue una mujer especial, todos los que la conocieron la recuerdan con mucho cariño por su carácter amable y servicial, alejada de las vanidades y de la hipocresía, nada que ver con sus dos hermanas. No se movía por intereses banales ni por el afán de aparentar, tener o poseer, se movía por agradar y favorecer, virtudes que la diferenciaban de sus hermanos.

Rita siempre fue muy respetada y admirada, de joven la tenían como modelo a seguir. Las madres del lugar estaban tranquilas estando sus hijas con ella, es más, las muchachas sabían que si iba Rita a cualquier acto o encuentro tendrían el consentimiento de sus padres…
Con su hermano mayor tuvo siempre un vínculo muy especial y ese vínculo especial también surgió entre cuñados (su marido y su hermano), tanto, que en su testamento el hermano nombró al marido, albacea, cosa que no pudo ejercer porque el destino se le cruzó inesperadamente.

Rita tuvo familia numerosa y una de sus hijas también se llama Rita, (la llamaremos Flor) aunque ella no quería porque siempre hay confusión, pero el marido, cuando nació su tercera hija se empeñó que tenía que llevar el nombre de su madre, porque intuyó que estarían muy unidas y acertó: fue la única que se comportó como hija y estuvo cerca de sus necesidades, acompañando y aliviando los contratiempos y combatiendo las vicisitudes de los avatares de una vida llena de dificultades, tantas veces ocasionadas por los propios hijos.

Los padres y hermanos de Rita se marcharon a la ciudad y Rita se quedó en el campo al cuidado de las propiedades familiares. La abuela se sintió tan a gusto en la ciudad que no quería, ni de visita volver al lugar de nacimiento. Lo aborrecía tanto, que iba en contadas ocasiones, alguna con motivo del nacimiento de algún hijo de Rita. Ni por las fiestas aparecía. Se llegó el caso de ir y los hijos tiraban voladores.

Los hijos de Rita iban creciendo y pensando en su educación, decidieron dejar el campo para ofrecer mejor oportunidades de estudios. Se puso en marcha la construcción de la vivienda, el solar era de las dos hermanas, Rita y Nita y se proyectó un edificio de dos plantas. Como el lugar done vivía Rita distaba de la ciudad, del seguimiento y control de la obra se encargó el marido de Nita. Él se tenía por muy listo y sí que lo era, eligió su planta, hizo cambios fuera del plano, y de las certificaciones, nunca presentó una factura.

Regularmente pedía que le mandaran un importe de dinero, pero llegó un momento que el dinero que se había enviado del campo, superaba dos veces el presupuesto inicial, sin haber cambios de materiales, claro que te mosquea y sin que te den explicaciones, porque para pedir dinero debes demostrar los detalles a cubrir. A Rita y su marido los tomaban por bobos, pero ellos eran tan buena gente, que no querían demostrar desconfianza. A la gente honrada no hay que pedirle que te rindan cuentas, porque ellas te presentan las facturas detalladamente, porque aquí los gastos iban a medias. La obra avanzaba pero Rita y el marido estaban preocupados porque no se les informaba del por qué se encarecía tanto la obra, y esa conversación la escuchó la joven Flor que al día siguiente estaría en la ciudad y decidió pasar por la obra para ver qué averiguaba. Fue acompañada de una amiga, y al presentarse en la obra el marido de Nita, molesto le pregunto:
—¿Qué haces aquí? ¡De esto me encargo yo!
Ella le contestó:
—Vengo a ver cómo va mi casa.

La joven que quería mucho a sus padres sospechaba que le estaban sacando el dinero y riéndose por ello… Hay que ser mala gente. Supuestamente, Rita y el marido pagaron las dos casas pero, a pesar de las sospechas, Rita y el marido decían: «Yo puedo tener la conciencia tranquila». Seguro que el otro pensaba que los ‘mauros’ del campo son ignorantes y se dejan robar, y si le robas no es delito porque son bobos… (¡Bobos no, buenos!)

Nita y el marido no podían tener dinero, aunque emigraron no hicieron fortuna, regresaron con un hijo y lo puesto. Vivieron varios años con los padres de Nita, que terminaron por comprarles una casa y se la amueblaron, y Nita supo elegir lo mejor. Aunque un amigo le buscó trabajo al marido de Nita, poco pudo contribuir al pago de su casa, por tanto, dos años después no habría podido ahorrar gran cantidad de dinero para poder pagar la construcción de una nueva casa… Está claro, la casa la pagaron los cuñados del campo.

Veintitantos años más tarde, Flor, que fue quién tramitó la legalización de la casa, porque el ‘listo’ decía que si se daba de alta la casa se pagaban más impuestos, aunque la contribución ya se pagaba, y si él decía a una cosa que no, no se le podía contrariar para mantener tranquila a la fiera. Flor quería legalizar la vivienda familiar y ya poco le importaba lo que dijera el ignorante, y así se lo hizo saber a la tía Nita, que su interés era los tramites de su casa, pero que en los tramites las dos viviendas eran inseparables, y muy a pesar de ella, le iba solucionar su papeleta, porque una Gestoría cobraba más de un cuarto de millón de pesetas, pero le advirtió, que su marido no se atreviera a molestar a su madre, porque ella no le tenía ningún miedo y se enfrentaría al ‘animal’. Nita se cuidó de que no se enterara y pagó su parte a escondidas. Metida en los trámites, Rita pidió a la tía ver las facturas de la obra, recordándole que nunca presentaron ninguna, a lo que contestó: «Pero mi niña, después de tantos años».

Sí, porque ustedes pedían dinero y nunca presentaron una. Por fin le hizo saber lo que pensaba y las sospechas se hacen evidentes cuando se contesta con evasivas, ella tenía consciencia de tal agravio, moral y económico… A partir de entonces, la tía tiene hacia la sobrina cierta antipatía.

Pasados tantos años, hubo que buscar al arquitecto y aparejador para que firmaran la terminación de obras y ahí pudo saber del despotismo y arrogancia con que se movía el marido de Nita, al parecer decía que allí se hacía lo que él decía y que no tenía que contar con el del campo, «ese estaba para pagar». Con lo cual las dudas se disipan y duele que se burlen de tus padres y los estafen sin pudor.

También el hermano mayor de Rita que quería al marido más que a sus hermanos, llorando como un niño le confesó a Flor, cuando su padre partió para siempre, lo mal que se sentía por no haber estado a la altura, porque supo de ciertos abusos y no intervino; sabía que le sacaron el dinero y también reconocía que se cometió una injusticia en el reparto de la herencia, que les pertenecía moralmente y por derecho, y no defendió ese derecho, porque eran tiempos en que los hermanos lo asediaban porque le acusaban de coger dinero del negocio familiar sin justificar… Era tanto su pesar que con sólo recordarlo, como estaba delicado de salud, le daban ataques de asfixia.

La madre de Rita vivía con Nita y se pasaban el día discutiendo, y tanto el marido como los hijos le faltaban al respeto, eso tenía a Rita en un sufrimiento permanente y para paliarlo, estaba siempre pendiente de cualquier discusión para apaciguar los ánimos. Lo peor fue cuando la madre, por la edad empezó a perder autonomía y necesitaba ayuda para todo. A Nita todo lo de su madre le daba asco, bañarla, peinarla, cortarle las uñas y mucho menos lavarle una braga, pero gracias que Rita siempre estaba atenta a su madre y la atendía con mimo y cariño: como tiene que ser, por una madre, la vida…

Aunque Rita evitaba que Nita tuviera tarea con su madre, no podía evitar episodios desagradables. Rita, desde que escuchaba discusiones iba al auxilio de su madre, sufría tanto pero no quería enfrentarse a su hermana y tampoco se lo contaba a los demás hermanos que venían de visita los domingos. A veces la hermana Tina le traía unos yogures a la madre y la madre cogía uno para dárselo a Rita, pero Nita se lo quitaba diciéndole: «Tú no te lo llevas, en mi casa es dónde ella come».

Continuará…


Fotografía: jimmy brown, cc.

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