viernes, 18 de enero de 2013

Necesito poco

Una chica tendida sobre el cesped de un parque.

Esto es lo que viene a decir Ángeles Caso en su artículo publicado en el periódico La Vanguardia hace un año (19.01.2012), y todavía circula con total actualidad. La periodista y escritora Ángeles Caso tiene una larga trayectoria profesional, la vimos por televisión varios años pero sin dejarlo del todo, dio un giro a su vida y comenzó su carrera literaria. En 2001 ganó el premio Fernando Lara de novela con ‘Un largo silencio’. En 1994 fue finalista del premio Planeta con el ‘Peso de la sombra’ galardón que finalmente ganó en el 2009 por su novela ‘Contra el viento’.

El artículo ‘Lo que quiero ahora’ —un buen artículo que nos hace pensar— está cargado de sensatez y raciocinio, nos lleva a una reflexión profunda, a una realidad latente. Sólo una persona inteligente, sin apegos y vanidades, puede llegar a ese maravilloso discernimiento, pero no deja de sorprender que siendo aún joven, sus pensamientos y conclusiones denotan una sabiduría que sólo con la madurez del tiempo se aprende. Sabiamente dice: «Necesito poco y lo poco que necesito, lo necesito poco».

Los que han leído el artículo, coincidirán conmigo que merece la pena leerlo para aplacar los egos, pero para los que no han podido leerlo, les brindo esta oportunidad. Dice así Ángeles Caso en su artículo ‘Lo que quiero ahora’:
Será porque tres de mis más queridos amigos se han enfrentado inesperadamente estas Navidades a enfermedades gravísimas. O porque, por suerte para mí, mi compañero es un hombre que no posee nada material pero tiene el corazón y la cabeza más sanos que he conocido y cada día aprendo de él algo valioso. O tal vez porque, a estas alturas de mi existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar a colocar las cosas en su sitio. Será, quizá, porque algún bendito ángel de la sabiduría ha pasado por aquí cerca y ha dejado llegar una bocanada de su aliento hasta mí. El caso es que tengo la sensación —al menos la sensación— de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida.

Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad. Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios. Igual que paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno. Aparto a los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera. Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan. Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se meten en líos. Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en las huchas de las misiones pero no comparten la mesa con un inmigrante. A los que te aplauden cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas. A los que creen que sólo es importante tener y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser.

Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan sólo la ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama. El recuerdo dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila. También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piense que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada. O todo.
La verdad que el artículo te deja sin respiración, cala en lo más profundo y el silencio se cobija en tu interior sosegando el alma y la mente… Yo suscribo todo lo que dice esta mujer que ha descubierto lo que necesita para vivir, ha sabido separar la paja del trigo y se ha quedado con lo esencial, la sabiduría se adquiere cuando aprendes la lección… ¡Enhorabuena, Ángeles! Aquí venimos a aprender y no todos aprenden, los que aprenden son personas sensibles que te tocan la fibra con hondas verdades. ¡Ojalá! no caiga en el olvido este panegírico vital…

Fotografía: Mitchell Joyce, cc.

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