Había una vez un lugar donde todo parecía maravilloso: noches de luna y luceros, alboradas encendidas y atardeceres de ensueños. En el país de los “Abrazos-rotos” brillaba el rey Sol y la eterna Primavera se mostraban exuberantes de olores y colores. El Sol y la Primavera estaban muy enamorados y soñaban tener estrellas. Llegaron las estrellitas trayendo un poquito de brillo, pero con el tiempo se fueron apagando. Un poco decepcionados, el Sol y la Primavera se marcharon al lugar donde sí hay estrellas con brillo constante, auténticas y verdaderas.
El país de los «Abrazos-rotos» se quedó triste y desolado y sin calor ni color. Al principio sus habitantes parecían unirse para poder sobrellevar la ausencia, pero sin saber el cómo ni el por qué, poco a poco se va formando un grupo que se hacen llamar los «Grandes Hermanos» y empieza aflorar algo que nadie sabía que podía existir en ninguno de los habitantes del lugar, porque nunca se manifestó signo alguno de malevolencia.
El grupo se fue formando liderado por la hermana-víbora que estaba cegada por la envidia y cargada de rencor. Echaba espuma por la boca, cada vez que la abría salpicaba a todo el que estuviera delante y quedaba embrujado, ya que ella iba a una bruja que le apañaba los hechizos. Como buena encantadora de serpientes y resumiendo rabia, fue atrayendo al hermano-cuervo, al hermano-topo y al hermano-búho.
La hermana-víbora junto a la hermana-cobra, la hermana-zorra y la hermana-buitre, iban confabulando y alimentando su odio y a ese «círculo del odio» se unió, venida de las profundidades de la tierra, la hermana-hurón y todos los adjuntos. Se hacía evidente el aborrecimiento y desprecio hacía la Flor, ellos se miraban cómplices con pensamientos rastreros cargados de cinismo y burla.
Menos la cobra, que a esa nada la hacía llorar, las otras tres (la víbora, la zorra y la buitre) siempre que se reunían lloraban como plañideras para chantajear emocionalmente y convencer de que la Flor les estaba perjudicando y había que actuar contra ella. Unidos se abrazaban y lloraban y sentenciaban y perjuraban que a la Flor se lo iban a poner muy difícil.
Las grandes decisiones se toman en torno a una buena mesa, pues esta fauna era convocada en asamblea con relativa frecuencia, mejor dicho, eran «comidas fraternales» regadas con mucha bebida y bajo los efectos del alcohol, juraban y conjuraban contra la Flor. Aunque parece contradictoria, la Flor era el «nexo» de unión y sobre ella descargaban su ira y desprecio, y alimentaban el plan para desprestigiarla.
Bajo falsos sentimientos se escondía lo más vil y ruin. Afloraban los recelos y se fomentaba el desprecio hacia Flor y, guiados por una fuerza negativa que no les dejaba capacidad de discernir ni razonar, por la boca salían sapos y culebras, evidenciando sus bajos principios. Muchas veces no se puede disimular lo que bulle en sus mentes maligna y el nerviosismo te delata, con tal inquietud diabólica, viven en un sin vivir.
Las reuniones de confraternidad eran una farsa, aunque se esforzaban por aparentar que estaban más unidos que nunca, no era ni sano ni inocente, ya que cada vez que se reunían se revolvía en sus entrañas lo más despreciable de bicho viviente. Ni el propio grupo tenía conciencia de su gran potencial destructivo, ni hasta dónde les iba a conducir sus malos deseos. Lo que sí estaba claro era el objetivo: destruir a la Flor.
Cuando se fue la Primavera tan sólo quedó una Flor y eso, parece ser, molestaba y se propusieron —sin que se notara su fechoría—, dejarla sin sabia para acabar con el olor y el color de su sencillez y belleza natural. La Flor empezó a notar en ellos muy malas artes, pero como siempre había habido buena armonía, no quería tomarlo en cuenta y dejaba pasar… Pasaba el tiempo y las agresiones se iban haciendo más habituales y aunque a Flor le producía dolor, seguía soportando en silencio.
Siempre que se acercaban a ella, sutilmente le hacían daño. Con el tiempo ya no había diferencia entre ellos, era un nido donde todos se revolvían como víboras. Nombraron y otorgaron al cuervo el poder de hermano-mayor, para que se presentara ante la Flor y le pusiera las cosas claras:
—¡No quiero oírte, ya he oído bastante sobre ti. Tú molestas y sobras!
El cuervo lleno de soberbia y alardeando de hermano-mayor, dejó a la Flor malherida y esta se iba marchitando y entristeciendo. Y la cobra cargada de alcohol y de odio, se llenaba de furia contra la Flor, se elevaba hinchando su cabeza y ordenaba:
—¡Es la vergüenza del lugar… Ni verla. Muerte a la flor!
El topo influenciado principalmente por la cobra, la víbora y la buitre, también se llenaba de alcohol y haciéndose pasar por un corderito iba a someter a Flor. Ella sincera, se defendía, aunque se enfureciera, porque éste para sonsacar mostraba buenos sentimientos, para luego ir a la asamblea con información de primera mano. Lo malo es, que ponía en boca de Flor lo que no había dicho, tergiversaba y fantaseaba para alertar sobre posibles acciones e intenciones de Flor. Así se iba ganando las simpatías del grupo y validando su línea de contacto.
«Uno para todos y todos para uno». Sintiéndose tan arropada y protegida, a la víbora le crecía la ‘lengua-viperina’. Al acecho de la Flor se puso el búho, que desde lejos con ojos escrutadores y sin parpadear siquiera, como si de un guardaespaldas se tratara, la observaba sigilosamente para controlar cualquier movimiento, y el cuervo se hacía el «gallito» a su lado. La zorra sutilmente golpeaba a la Flor, y la fantasiosa buitre que su alimento es la carroña, hasta viva la picoteaba para despedazarla y sin reparo mostraba toda su maldad, mintiendo y levantando falsos testimonios. Para manipular los sentimientos del grupo y convencer, los chantajeaba emocionalmente con falsos sollozos, así todos se preparaban para asfixiar sin piedad a Flor.
Y por si fuera poco, el odio que hervía en el grupo quisieron trasladarlo al resto de los habitantes, y de eso se ocupaba principalmente la víbora, la buitre, la zorra y también el cuervo que iban por las grutas del lugar convenciendo, entre lágrimas, de que la Flor no era una flor sino un cardo… Nadie entendía qué estaba pasando, porque ellos siempre vieron que Flor, era una flor y no un cardo.
Sintiéndose tan hostigada, en silencio la Flor se iba apagando y fue enfermando, hasta que un día recibió el mejor de los regalos: Un rayo del Sol que la colmó de fuerzas y de la Primavera una inyección de sabia que la llenó de vitalidad… Y se produjo el milagro, la Flor recobró la ilusión la alegría y la esperanza, y con la verdad por delante se enfrentó a la «jauría» y les dijo lo que realmente pensaba sobre sus acciones y la interpretación que hacía de cada uno, ya que abiertamente se habían mostrado cómo son y cómo sienten.
Reclamando y pidiendo «verdad y sinceridad» les hizo saber que estaban equivocados y que tenían que reconocer, ante el universo, no su pasado, sino sus malas intenciones, y que para recuperar las relaciones era necesario abrir los cauces de la reconciliación con un baño de humildad, pidiendo disculpas y reconociendo sus malos instintos, con la sinceridad de los buenos sentimientos y con la sabiduría que otorga la Verdad.
A partir de entonces, la Flor agradecida por su existencia se mostraba mejor que nunca. Por la memoria y en memoria del Sol y de la Primavera, su cara era el espejo de su sabia, reflejaba paz, luz y agradecimiento y con el lema: «La verdad nos hará libres» iba siempre con la verdad por delante. Por si no ha quedado claro, la Flor sólo reclama: «Sinceridad y Verdad». ¡No más hipocresía! ¡Frente a la vileza... Indiferencia!
Dijo, Víctor Hugo: «Es extraña la ligereza con que los malvados creen que todo les saldrá bien».
La Flor siempre será una flor, aunque la castigue el viento y la azote las tormentas… «No te rindas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda y se calle el viento, aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños…»
Alguien dijo que «La mayoría tiene muchos corazones, pero carece de corazón» y Jesús dijo «Dónde están los buitres allí está el cuerpo».
Las malas acciones, en su pecado llevan la penitencia...
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