miércoles, 11 de agosto de 2010

Juncalillo. Mi pueblo

Vistas de Juncalillo.

Hay un pueblo que es piadoso. Alegre, fuerte y sencillo. Escondido y laborioso. Mi pueblo de Juncalillo.
Versos de Don José Cástor Quintana Sánchez.

El pueblo de mi nacencia, lo llevo dentro del alma. Allí viví mi niñez. Allí encuentro mi calma.

Juncalillo es un pueblo cumbrero perteneciente al municipio de Gáldar. Está a símil altitud que el pueblo de Artenara, el municipio más alto de la isla de Gran Canaria. Gáldar se baña sus pies en el mar y se eleva hasta la cumbre; ahí está Juncalillo a unos mil doscientos metros a nivel del mar. Yo digo que Juncalillo es la corona del reino de los Guanartemes y las cuevas blancas del lugar las perlas que la adornan. Un tesoro de la ciudad de los Caballeros de Gáldar.

Juncalillo está protegido por montañas y arropada por el Pinar de Tamadaba que se interpone entre el mar y la cumbre. Un lugar lleno de silencio, de paz y sosiego, dónde puedes escuchar tus latidos y tus pensamientos.

Llevo en mi memoria los mejores recuerdos del lugar donde nací y crecí. Muy bonita e ilustrativa la definición que hizo de mi pueblo Don José Domínguez, que a mediados del siglo pasado fue párroco del lugar: «Juncalillo era el lugar más verde que yo he visto, un vergel. Nunca he visto tanta abundancia de agua y tampoco en mi vida he sentido tanto el frío como en ese tiempo… Lugar de gente buena y trabajadora».

Disfruté de niña del paisaje más hermoso y frondoso y que me ofrendó miles de sensaciones. Sonidos de cantos de pájaros y rumor de agua… Olores de tierra fértil, de eucalipto, poleo… Aire limpio y puro, tardes de ensueños y noches estrelladas. Una naturaleza desbordante de vida, rodeada de encanto y de gente noble, acogedora, sencilla y servicial.

Hoy en día es un pueblo despoblado y envejecido, pero las cuevas están preparadas y listas para recibir a su gente los fines de semana, pero en verano nos encontramos todos los que son, dando al lugar un aire alegre y festivo… Decir que cuando yo era niña el lugar estaba muy concurrido. Existían tres escuelas llenas de niñas y otras tres de niños. Desde la madrugada, los caminos eran ríos de gente afanada en sus quehaceres.

La población del lugar se ha dedicado históricamente a la agricultura y a la ganadería. También se desarrollaban trabajos denominados artesanales al servicio de la población: la zapatería de remiendo, la herrería, la latonería, la carpintería, los telares, también habían varias tiendas de aceite y vinagre.

Mi querido paisano, Manuel Rivero, profesor, al que yo llamo «el Cronista de Juncalillo» —porque va recogiendo todo lo que acontece en el pueblo y va desempolvando en los archivos el ayer de nuestra gente, nos une a ese tiempo remoto de la historia y nos acerca a los sueños y anhelos de nuestros antepasados, a los cuales recordamos con respeto y cariño, vaya para todos nuestro agradecimiento—, dice en Juncalillo en el recuerdo «Jalones de su historia»: «Juncalillo, nombre grande y bendito, presenta la imagen de varios caseríos dispersos por las laderas, situados a uno y otro lado del núcleo urbano en cuyo centro se levanta solemne, la iglesia, como símbolo importante de su historia. Un pueblo envuelto en nubes, protegido por montañas, escondido en su configuración y custodiado eternamente por la mole titánica de Tamadaba, cuya historia está estrechamente vinculada a la vida religiosa».

Juncalillo ha sido objeto de disputa entre Guía, Gáldar y Artenara, aunque ha pertenecido civilmente desde lo inmemorial al municipio de Gáldar, eclesiásticamente pertenecía a Artenara, posiblemente, desde 1742, y sería a partir de 1869 cuando la parroquia de Gáldar solicita la pertenencia de sus feligreses.

En 1899 es cuando surge la iniciativa para construir su ermita, una vez decidida su ubicación y cedido los terrenos se pone en marcha el proyecto, y el 3 de mayo se pone la primera piedra. Cuando se ideó la construcción, se hizo con la intención de que estuviera dedicada a Santo Domingo de Guzmán —y como pueblo de labradores, también a San Isidro Labrador— y las fiestas se celebrarían el segundo domingo de agosto, así consta en acta. Se bendijo en 1906, y en 1907 fue nombrado su primer capellán que era hijo del pueblo, Don José Rodríguez Vega.

En 1918 aún no había sido nombrada Parroquia —lo fue en abril de 1929—. Una noche hubo un gran temporal con vientos muy fuertes que arrancó parte del techo de la iglesia, que a merced del viento causó daños en casas contiguas y fue a parar a un caserío distante a unos cien metros. Al día siguiente, reunidos el capellán y los vecinos y viendo la magnitud de los destrozos quedaron sorprendidos, ya que aquel vendaval pudo haber provocado una tragedia humana y sin embargo no hubo daños personales. En ese hecho milagroso vieron la protección del Santo Patrón, Santo Domingo de Guzmán, y en agradecimiento le ofrecieron una promesa, pero sin definir en qué consistiría.

Todo el pueblo estaba implicado y todas las ideas y propuestas fueron valoradas y debatidas, hasta que por fin dieron forma a lo que le habían prometido al Santo: el cumplimiento de la Promesa consistiría en ofrecer a Santo Domingo por sus fiestas, una rama de pino. Esa rama de pino había que ir a buscarla, bailarla y ofrecerla. En 1918 se hizo la Promesa y en 1920 se hizo la primera ofrenda. Así da comienzo «La Fiesta de la Rama» que desde sus orígenes es un acto de fe y de acción de gracias, es una promesa cristiana. El día de «la traída de la rama» se dormía poco ya que a las doce de la medianoche, los voladores convocaban a la gente en cada barrio bajo la responsabilidad de una persona relevante que sería la encargada del orden y buen comportamiento del grupo. Una vez concentrados en el punto de partida, los feligreses-peregrinos-romeros iban rumbo al pinar de Tamadaba. La comitiva, como estrellas descolgadas con sus faroles y luces de carburo, desgrana los caminos entre el griterío de la alegría y el sonido de las caracolas que retumbaban en los barrancos y se elevaban al cielo.

Al aclarar el día se rezaba el santo rosario y a continuación se distribuía la rama que previamente había sido cortada por los guardas del pinar… En ese momento, empieza la procesión de pinos mañaneros portados por la gente agradecida a Santo Domingo. ¡Viva Santo Domingo! ¡Viva! ¡Viva la Rama! ¡Viva!

Durante el trazado se rezaba, cantaba y bailaba al son de la música y la gente se divertía y lo pasaba bien. También se hacían unas paradas para descansar, y en un lugar llamado el lomo de las Crucitas tomaba la palabra unos de los encargados de mantener el orden y respeto del acto y se dirigía a la comitiva dándole la bienvenida, agradeciendo la concurrencia y exhortándolos a que se continuase la promesa mientras el mundo fuera mundo.

A la llegada a la Plaza, el Santo nos recibe en la puerta de la Iglesia, se hace el pueblo devoto y danzando los pinos se dan las tres vueltas de rigor y se salta y se grita vivas al Santo Patrono y se manifiestan sentimientos de alegría y todo el mundo se hace ofrenda a los pies de su Santo.

En 1956 se decidió cambiar el trazado para hacerlo más corto y más cercano y ya no había que madrugar. La rama es traída en camión desde el pinar hasta los altos de Juncalillo, desde donde parte con tracas de voladores, música y «papagüevos». En este nuevo trayecto pasaba, y pasa, por la casa donde yo nací y recuerdo de pequeña que desde el patio de mi casa veía bajar aquella marabunta de gente envuelta en polvo que parecía un pinar andante y mi madre, como teníamos un manantial de agua en casa, de la fuente llenaba varios cacharros con el agua fresquita para que quien quisiera, bebiera. En este nuevo recorrido era costumbre que el fervorín en la Cruz de los Morretes estuviera a cargo de un sacerdote hijo del pueblo, que nos recordaban año tras año el origen de esta fiesta tan nuestra por ser una promesa cristiana. Entre todos quiero destacar a Don José Rodríguez, gran orador, que hacía vibrar los sentimientos y aflorar las emociones más bellas, así fue hasta el 2004. Todos nos han ido dejando y han hecho recaer el acto sobre esta humilde servidora.

Esta fiesta alegre es una promesa. Es un sentimiento de fe y de agradecimiento. El sentimiento de un pueblo que se renueva cada año y se fortalece en cada generación, por eso llegamos a los pies del Santo con la satisfacción del deber cumplido. Se cumplen noventa años y nuestros mayores se sentirán orgullosos porque su legado está garantizado, lo han dejado en buenas manos y nuestro compromiso es continuar mientras el mundo sea mundo.

Llegaremos un años más a los pies de Santo Domingo con la garganta cantando, los pies bailando y el corazón rezando.

Juncalillo está de Fiestas y este sábado día 7 de agosto es la ofrenda de la Rama y el domingo la procesión de Santo Domingo de Guzmán.

La Rama vibra con fe.
Tiene vida y sentimiento.
Brotó del agradecimiento
de mi gente. Del ayer…

No hay comentarios :

Publicar un comentario