miércoles, 23 de junio de 2010

Canto a mi madre

Una madre levanta en brazos a su hija.


Sí, canto a mi madre porque despierta en mí los más bellos sentimientos, los más hermosos poemas, las más lindas melodías.

Sí, lloro a mí madre porque mi corazón se fue con ella… Me dejó un gran vacío… quedé huérfana… perdida en un gran laberinto.

Era un veintitres de junio, ya el sol se despedía tras las montañas dejando atrás sus destellos anaranjados que iluminaban el cielo y unos rayos encendidos se colaban a través de un ciprés de gran altura que estaba junto a la terraza de la habitación. En la habitación blanca, pobre, limpia y fresca reinaba el silencio. Todas las miradas estaban puestas en la cama donde yacía mi madre, que como un cirio que se quema, se apagaba lentamente hasta exhalar el último aliento. Esa noche, la más larga del año, como una tarde eterna llegó el solsticio del verano cargado de hogueras, conjuros, fuego y calor, pero ironías de la vida, a mí me congeló el alma. La noche fue para mí muy larga y desolada, muy triste y negra a pesar de ser una noche mágica donde el misterio y el embrujo se adueña de la luna. Sí mamá, esa noche tu cuerpo quedó sin vida, pero tu vida no era ese cuerpo, tu vida es tu alma y esa nunca muere, por eso sigues muy viva, tanto, que te fundiste con mi alma dolorida por la ausencia de tu presencia. La hoguera, la magia y la fuerza no se fue con tu ausencia, aunque algo de mí se fue contigo, madre, te quedaste grabada a fuego en mi retina y en mi corazón.

Cuando el silencio me habla de mi madre, vivo con nostalgia. Cuando el silencio me habla de la vida, vuelvo al vientre materno. Cuando el silencio me habla de ternura, me acurruco en su regazo. Cuando el silencio me habla de amor, retorno al hogar fraterno. Mis silencios siempre me hablan de ti, mamá, y en el silencio de mi alma, rezo para que este tiempo no se alargue, porque yo ya no deseo más tiempo…

Soy aquella niña risueña y alegre,
de larga melena rubia como el trigo,
peinada de rizos y tirabuzones,
hechos por mi madre con paciencia y cariño…

Ya, ni soy una niña, ni mi melena es rubia, pero lo más que me duele es que mi madre no está para peinarme. Volvería al calor de tu vientre. Volvería a dormir en tus brazos. Atendería tus sabios consejos. ¡Madre, mía! Mi vida. Mi ocaso.

Si volviera de nuevo a nacer…

Permitirme que comparta hoy con todos ustedes los sentimientos que me embargan, porque las emociones se agolpan a flor de piel con el recuerdo emocionado y dolorido, con la tristeza de la soledad silenciosa por la ausencia de mi Madre.

Cuando hablo de mis padres siempre lo hago en presente, yo no puedo decir «que en paz descanse» porque sé que están en paz y vivos aunque yo no los puedo ver. Lo que se lleva en el alma… no muere. Sufro el vacío de mi padre y de mi madre, pero hoy quiero hablar de mi madre, ya que se cumplen diecinueve años de su ausencia. Pueden parecer muchos años, que lo son, pero desde los primeros días de su marcha, su ausencia me parecía una eternidad. Hoy, por momentos, me sigue pareciendo una eternidad pero… todavía la siento, la huelo, la escucho y tan claro que vuelvo la cabeza. A veces, como cada mañana espero que suene el teléfono, era su costumbre saber cómo iba a empezar el día aunque fuéramos a vernos en la mañana.

Mi madre es Margarita de Jesús García García, nació en Juncalillo de Gáldar, hija de María del Pino y de José Celedonio y es la tercera de nueve hermanos. Fue una persona muy querida por todos los que la conocieron por su bondad, dulzura, generosidad y nobleza. Fue una mujer muy valorada y respetada en su juventud, las madres confiaban en mi madre a sus hijas, donde fuera mi madre podían ir sus hijas. Fue madrina de bautizo de montones de niños, como he dicho, era muy querida y todos se sentían honrados de tenerla en la familia. Mamá, estoy muy orgullosa de ti por ser como eras y eres, tu estilo de vida es mi ejemplo y mi espejo para mirarme.

Historias, recuerdos, memorial que se entrelazan con imágenes y escenas de ayer y de hoy. Una niña apegada a su madre, siempre reclamando su compañía, sus consejos y sus enseñanzas, sabía corregir y querer. Ella es mi gran maestra, fue mi enfermera y mi catequista. Mujer abnegada, incansable y servicial, respetuosa, prudente y educada, siempre dispuesta a ayudar.

De ella aprendí a cocinar a coser a poner inyecciones a cortar el pelo. Me interesaba por saber de sus sentimientos, me gustaba escuchar sus cuentos e historias… Fue mi confidente y yo el suyo.

Las madres aún durmiendo, tienen los ojos abiertos. Su silencio es la comunicación que unifica. Ella es siempre el refugio seguro. La madre entrega su amor y su tiempo sin esperar que se lo agradezcan. El peor defecto que tiene una madre, es que se muere antes de que uno alcance a retribuirle parte de lo que ha hecho, y nos deja desvalidos e irremediablemente huérfanos.

Si yo pudiera, ¡Madre! Volvería a tu vientre… Para estar cerca de ti. Contigo y para siempre.

Mamá, hoy y siempre te quiero homenajear, la remembranza de mi añoranza me hace revivir para reavivar mis mejores recuerdos, son los que he vivido junto a ti y papá. Sí, ha sido hermoso y he sido y soy afortunada y por ello doy gracias a Dios y a la vida…

Que suerte he tenido, madre, de tu vientre haber nacido. Vivo orgullosa de ti. Por ti mi vida he vivido.

Honro a mis padres profundamente. Ellos me transmitieron la vida y renazco cada vez que pienso en ellos y me siento en el paraíso, porque donde esté con ellos, ese es el mejor lugar.

Mamá, seguiré amando como si no me hubieran herido. Te seguiré soñando como si no te hubieras ido… Seguiré esperando para encontrarme contigo.

CANTO A MI MADRE

Mi madre lleva en su piel
la riqueza de la vida.
En sus pelos hilos de plata
el sol dora las espigas.

En silencio hace el camino…
Huellas en la tierra la nombran.
Brotan sus raíces amorosas.
Buen árbol de fruto y sombra.

Ella me llevó en su vientre
y su regazo hizo cuna.
Sus besos fueron mis sueños.
Su calor late y perdura.

¡Madre! me dejaste una tarde…
Hoy en sueños te puedo abrazar.
Tu cariño se reaviva y me arde.
Juro que no te podré olvidar.

El brillo de una estrella
sobre mi rostro reposa.
Las alas de nácar se abren…
Mi madre. Mi ángel. Mi rosa.

Fotografía: Patrick Slaven, cc.

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