Lamentos o lamentaciones, manifestación de dolor, pena o disgusto, expresión de una aflicción de dolor personal o colectivo. Exhortaciones a reconocer con sinceridad, de corazón, que los acontecimientos adversos que nos sobrevienen son, a menudo, la consecuencia ineludible de nuestras propias rebeldías. Fallamos por torpeza, por ignorancia, por orgullo, por soberbia y por maldad… Los lamentos de la inocencia dan lástima pero los lamentos de los malvados claman justicia, porque no hay lamentos que justifiquen acciones despreciables si antes no ha habido un arrepentimiento sincero.
Cuentan que una periodista escuchó hablar de un anciano judío, que todos los días de su vida, sin faltar, acudía a orar ante el Muro de las Lamentaciones. Su cita diaria con el Muro duraba unos 45 minutos, la periodista que observaba, se le acercó con la intención de hacerle unas preguntas, a la que el anciano, amablemente contestó. Le dijo que llevaba más de 60 años, sin faltar diariamente a rezar frente al Muro de los Lamentos. Al preguntarle por quién rezaba contestó: «Rezo por la paz entre cristianos, judíos y musulmanes. Rezo porque terminen todas las guerras y los odios entre la gente. Rezo para que los niños crezcan en paz como adultos responsables, amando a sus semejantes». Y a la pregunta de ¿cómo se siente después de estos 60 años? Contestó: «Como si le hubiera estado hablando a una pared». Muy elocuente…
Aunque sea una tradición, creo que orar frente a un ‘muro’ es darse contra el muro. El muro es inerte, sin vida, por tanto hablar a un muro es inútil, es perder el tiempo y por lógica, no tiene sentido pasar tiempo hablando y menos leyendo texto sagrados a un muro: piedra y cemento. A lo mejor si rezas a la tierra, la tierra produce vida y si rezas al sol, también es energía y creo que quién reza a la tierra y al sol está rezando al Creador.
Por tus culpas, no dirijas a un muro tus lamentos; sé valiente y frente a frente, siendo honesto y sincero, te puedes ganar el cielo.
Están los lamentos de aire, esos que se exhalan profundamente para que se alivie la añoranza de vivencias cargadas de recuerdos imborrables que siguen vibrantes y se reviven para reavivarlos…
Lamentas cuando tomas conciencia de lo que pudiste hacer y no hiciste, pero mucho más si has hecho algo aposta para dañar: esa pena no hay lamentos que los arranque si no lleva parejo la humilde confesión de las malas intenciones. Los lamentos de esas culpas sólo se pueden calmar y apaciguar con el perdón de la persona a la que se ha dañado, sólo así se podrá arrancar la pena que se lleva clavada en el corazón. El tiempo es un juez que nos pone delante, como si de un espejo se tratara, todo aquello que a nuestra conciencia atormenta. Aquí no valen lamentos, aquí vale el reconocimiento de la culpa y el arrepentimiento… Hay quienes han vivido alocadamente sin pensar en los demás y poco les importaba que sufrieran, pero la vida es un boomerang: aquello que se fue vuelve como para que se tome conciencia. El pensamiento vuela, y trae y lleva aunque no desees recordar.
Lamentos sin consuelo… Cuando quieres y necesitas tanto a tus padres y un día se van; crees que la vida ha sido injusta e implacable contigo, porque ves que no han llegado a la ancianidad y piensas que podían haber estado por más tiempo a tu lado, pero sin avisar te los arrebatan irremediablemente, te sientes perdida y desprotegida, y te das cuenta que el espacio tiempo es engañoso y efímero, lamentas y lamentas y no hay consuelo…
Cierro mis ojos para traer momentos del paisaje de aquellas manos que bordaban sobre el tiempo la ternura y tejía con hilos puntadas de cariño para que nadie pudiera romperlos a pesar de los desgarros de la vida. Esa madre que asoma a sus hijos a la vida pero como una manta los arropa y los protege. Sus manos enseñaron a las mías y hoy ella desde donde esté, sigue enhebrando oraciones por mí y yo sigo besando sus manos… Cuando la realidad no deja lugar a duda, queda la remembranza de las vivencias, el recuerdo para alimentar la añoranza dolorosa de la ausencia insufrible de tiempos eternos.
Mis lamentos se vuelven agradecimiento a Dios que me dio como padres a unos seres maravillosos, hombres buenos de buenos sentimientos y de buenas enseñanzas. Me siento afortunada de ser su hija, y como decía san Francisco: «No le pregunto a Dios el por qué se llevó a mis padres si no que le doy las gracias por habérmelos dado…»
Como hija para mí fue fácil querer, comprender y respetar a mis padres y devolverles con creces todo lo que ellos me daban. Por una parte me reconforta pensar que nuestra relación fue de cariño y atenciones mutua, porque me involucré en sus alegrías, sus penas y preocupaciones, y ahí estuve para ayudarles, resolverles y acompañarles en todo lo que fuera menester, pero por otra parte les añoro y les echo mucho de menos. Mis lamentos van dirigidos a la falta de la presencia física, sentir su calor y oír sus palabras, porque su aliento espiritual lo presiento a mi lado; ellos me aúpan, son mi empuje para seguir día a día con las fuerzas necesarias para afrontar todas las dificultades…
Llegado el día del aniversario de su despedida (hoy eres tú, mamá), se me hace presente, especialmente, la necesidad humana de sentirte cerca abrigando mis miedos de niña, porque te necesito más que nunca para disfrutar de tu compañía. No dejaría que te preocuparas por nada y te devolvería todos los desvelos que tuviste conmigo, desde que nací, para que creciera sana de cuerpo y de alma, porque santa eres, madre, para estar en los altares… Sé que estás con Dios y ahí me esperas, pero no puedo evitar seguir siendo tu niña que necesita de tu protección maternal…
Para ti, Mamá…
Lamento la pena que lleva tu ausencia.
El paso del tiempo no alivia la herida.
Aun sintiéndote cerca no veo tu cara.
Pero en mi alma, madre, te llevo prendida.
Fotografía: Montecruz Foto, cc.
No hay comentarios :
Publicar un comentario