sábado, 20 de noviembre de 2010

¿Qué está fallando?

Un jarrón de flores marchitas.

Hoy en día, todo vale. Hablamos de modernidad y de progreso para justificar lo injustificable. Hablamos de tolerancia y de integración y vamos aceptando imposiciones de fuera y estamos perdiendo nuestra identidad, nuestra cultura y nuestras tradiciones y, lo peor de todo, nuestros valores.

Se habla de alianza de civilizaciones y de mundo globalizado para dar por bueno lo que no es bueno. Está bien y es bueno que los pueblos nos conozcamos y que respetemos sus usos y costumbres, eso sí, practicadas en sus lugares de origen.

Los países civilizados y democráticos deben estar vigilantes para que no se cometa en ningún lugar del mundo ninguna barbaridad que viole los derechos humanos. Se debe intervenir para ayudar a liberar a los pueblos oprimidos de locos tiranos que van sembrando el terror y el horror y que arrastran a la población a la miseria y el hambre. Esos gestos de humanidad se dan con poca frecuencia en el seno de organismos mundiales. Si vislumbran algún tesoro: oro, petróleo, diamantes, puede que hagan algo, la gente importa bien poco.

Hoy en día la figura del emigrante se ve como alguien que incomoda y que hay que impedir que molesten. Nadie podrá evitar que vayan o que vengan emigrantes; hubo y habrá. La mano de obra es necesaria para que progrese un país. Otra cosa bien diferente es que lleguen en bandada, sin control, sin trabajo y sin preparación. Hay que acogerlos e instruirlos y proporcionarles cobijo, alimento, cuidados médicos e incluso, hay que enseñarles nuestro idioma para que puedan relacionarse. Esto supone para el país un coste muy alto y eso va en detrimento de la propia población que tiene que ver recortados sus derechos para beneficiar a muchísima gente que viven mantenidos como turistas y no aportan mano de obra, es más, exigen atenciones e imponen su cultura o religión.

Ningún País tiene por qué estar pensando que su cultura o tradiciones pueden ofender a nadie que viene de fuera. Los que vienen tienen que adaptarse e integrarse, nada de imponerse y nada de facilitarles. Lo que hay, hay, lo tomas o lo dejas…

Con respecto a la educación, mejor dicho, a la enseñanza en las escuelas me aterra pensar que los profesores vivan atemorizados por culpa de sus alumnos. ¿Cómo se ha llegado a eso? Unos «mocosos» pueden hacerse con el control, ¿por qué? Increíble, la pérdida de valores tiene la culpa. Hace tiempo que se empezó a pisotear los valores porque suponía un obstáculo para la camaradería. Los padres querían ser colegas de sus hijos, el tuteo llevó a la falta de respeto y el padre perdió la autoridad. Los colegios buscando la cercanía de alumno y profesor, permitió el tuteo, del tuteo a la falta de respeto y el profesor perdió la autoridad. El tuteo es cosa de colegas y no impone autoridad, sin embargo, cuando nos tratamos de Usted, ese Usted nos ubica en diferente plano que no admite relajo.

El crédito de la autoridad se impone por su propio peso, no se cuestiona, viene dada. Desde que se empieza a debatir sobre la autoridad, la autoridad está perdiendo autoridad, y la culpa la tienen todos los que la han cuestionado y han contribuido a ello desde la política, los intelectuales, sociólogos, psicólogos, todos han querido dar la imagen de progreso y país avanzado en el plano social y han creído que con el «de tú a tú» íbamos a tener unos niños más dulcificados y felices y como vemos, no ha sido nada bueno ni constructivo sino, todo lo contrario. Para instruir hay que hacerlo desde el plano más correcto y apropiado. «Usted» es autoridad, así fue y será. Ahora son los investigadores quienes se lamentan de la autoridad no respetada y que las leyes no ayudan. Reclaman consenso social para que el contexto familiar y escolar se convierta en ejes legitimadores de los valores perdidos. No creo que un padre o un profesor tengan que ganarse la autoridad, creo que debe ir implícita.

Otra de las cuestiones que últimamente se exponen al debate es lo que dan en llamar «muerte digna». ¡A qué le llaman muerte digna! Morir es dejar de vivir. Cesación definitiva de la vida. Cuando se muere, se muere, creo que el vocablo «digno» no es digno que se le añada a la muerte. No sé como se puede llamar «muerte digna» a contribuir a que mueras, eso sí que es indigno. La muerte es tan digna como la vida, van unidas. Han querido, con la apariencia de una bonita frase, esconder lo más despreciable. Hay quién se contagia con esa cantiga y se suman alegremente: «¡A mí me ayudan a morir dignamente, yo no quiero sufrir ni permanecer lleno de cables!» Lo que tú quieres es que te maten. Con una inyección letal se mata. Todo lo que contribuya a eliminar la vida es asesinato. En esta corriente, lo peor que yo veo es que ya no razonamos, nos dejamos envenenar y nuestras decisiones y voluntad las ponemos a merced de un cantamañanas.

Lo que es indigno es que haya personas que valiéndose de los sentimientos ajenos los manipulen para distorsionarles la realidad. No sé lo que quieren esconder tras esta sinrazón, lo que si sé es, que morir dignamente es morir con todas las atenciones y cuidados, rodeados del amor y del calor de la familia. La dignidad de las personas no se puede quebrantar con un trato despreciable y repugnante como ese, dado a llamar «digno».

Algo debe estar fallando que nos falla el raciocinio, y cuando no somos capaces de pensar y de tomar nuestras propias decisiones, no somos libres. Frente a este panorama tan desolador, creo de verdad, que lo que está fallando es la fe. Hemos desalojado a Dios de nuestra vida. Los sentimientos colectivos de autosuficiencia han desplazado a Dios y existe una resistencia al revivir religioso. Dios no preocupa en absoluto hoy en día, y los que se dedican a suscitar la fe por mucho esfuerzo y dedicación se encontrarán con la indiferencia.

Dios da sentido a la vida, infunde fuerza y esperanza y es fuente de alegría y consuelo. En la actualidad hemos dejado en el camino la cimentación que forma a la persona. Muchos de los males de la sociedad vienen dados por la falta de valores y el más importante es la fe y una sociedad sin valores es una sociedad enferma.

Que nadie nos interrogue, las preguntas nos inquietan y no tanto por los miedos sino más bien, porque puede que despierte la conciencia.

Cuando se trata de analizar lo que pasa por dentro de la gente te das cuenta que ellos tratan de huir de sí mismos llenándose de ruidos. Pienso que en la vida debemos reservar los estantes más visibles al silencio, el silencio es nuestro mejor aliado y compañero, el que nos indica los caminos mejores.

«Mi conciencia tiene para mí más peso que la opinión de todo el mundo». Cicerón.

Mi conciencia y pensamientos son libres y desde mi convicción puedo ver más allá del jardín, veo el universo…

Fotografía: dvdflm, cc.

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