El ejercicio del escritor es llenar de historias páginas en blanco. Los relatos y las novelas se nutren de la ficción y de la vida real que nos toca vivir, unas veces en carne propia y otras en carne ajena, pero para contarlo mejor hacerlo en primera persona. El diálogo es más íntimo y directo. Entre el escritor y el lector existe una línea imaginaria que los conecta y al narrar o relatar cualquier acontecimiento o historia tiene que existir la cercanía e intimidad entre el escritor y el lector —un tú a tú—, para que sea más personal, ya que las historias personales nos sensibilizan y conectan directamente con las emociones.
Willian Shakespeare decía: «Yo siempre me siento feliz, ¿sabes por qué? Porque no espero nada de nadie; esperar siempre duele». La vida es corta, por eso ama la vida, sé feliz y siempre sonríe. Sólo vive para ti y recuerda: antes de hablar, escucha; antes de discutir, respira; antes de criticar, examínate; antes de escribir, piensa; antes de herir, siente; antes de odiar, ama; antes de rendirte, intenta; antes de morir, ¡VIVE!
En la vida para ser feliz hay que escalar cimas para alcanzar sueños. Unas veces son inalcanzables y otras están al alcance de la mano. La felicidad nos sorprende inesperadamente, ansiarla vehementemente puede dificultar que se manifieste pero soñar es gratis, y los sueños nacen a veces de una realidad…
Dejemos fluir los deseos. Dicen que hay que tener cuidado con los deseos porque se podrían cumplir y sí que se cumplen. Sabemos que nada ocurre por casualidad, todo lo que pasa tiene un porqué. Tal vez el cerebro no sepa comprender ciertos acontecimientos para poder encajarlos pero un corazón sí sabe e intuye porque persevera… «La perseverancia es la virtud por la cual todas las otras virtudes dan su fruto». Arturo Graf.
Hay deseos caprichosos y hay deseos con una razón de ser. Este es el deseo de un encuentro posible. Un encuentro anhelado y esperado. Un deseo palpitante que se cumple y como escribiera Pelhan Grenville: «Dos corazones latiendo al unísono».
Érase una vez un bello sueño de dos hermanas que por circunstancias del destino, la vida no les brindó la oportunidad de vivir juntas la experiencia vital. Se añoraban y tenían pendiente un diálogo que no se había producido. Diálogo de silencios y palabras de lo que pudo haber sido y no fue, pero las almas gemelas conectan en un mismo nivel espiritual, porque lo que les une se funde para alcanzar su plenitud.
La sangre de la tierra es la sangre de las raíces entrelazadas para siempre. Aquellas dos hermanas se fundieron en un fuerte abrazo, se soñaban unidas por el mismo vientre pero separadas por el destino por el tiempo y el espacio. Se miraban a los ojos para buscar los sentimientos albergadas en el alma y ver en el corazón las estancias que habitan y los espacios vacíos. En la mente bullían miles de imágenes que se proyectaban a través de la retina y en el corazón se agolpaban las palabras que se hacían innecesarias porque las dos hermanas parecían no haberse separado jamás.
La vida las unió pero el destino las separó y aunque no compartían espacio físico se añoraban y se necesitaban. Con las manos entrelazadas Flor le relataba a Numar lo acontecido aquella tarde de verano… Eran las cinco de la tarde y desde un punto cercano mis ojos estaban atentos al trasiego de papá en el patio de la casa. Pasada una larga hora voy a casa para verte. Mamá sonriendo, sin huella de cansancio ni fatigas me mostró a mi nueva hermanita envuelta en una mantita blanca. Vi una niña morenita con su abundante pelo bien peinado. Estabas dormidita y me apetecía cogerte, pero para no despertarte me acerqué y te di un beso. Olías tan bien que aspiré, era una mezcla de lavanda y ropa limpia.
Pasaron unos días y mamá notaba que te costaba respirar y debía verte el médico, pero como mamá estaba convaleciente no podía ponerse en camino. Pues yo, aunque todavía niña era muy responsable, acompañada de papá te cogí en brazos y echamos andar, a pie, teníamos mucho camino por recorrer, la consulta distaba unos 5 km.
Andamos por veredas y carretera y durante todo el recorrido no pasó ningún coche, (en ese tiempo se mandaba parar a todo coche que se acercara en tu misma dirección y aunque no le conocieras, le pedías que si te podían llevar y al apearte les daba las gracias y todos tan contentos). Dormiste todo el trayecto, yo con la responsabilidad de verme frente al médico me temblaban las manos y mi corazón golpeaba. Te quité la ropita para que te auscultara con el fonendoscopio. El médico se mostró preocupado porque tu aparato respiratorio no funcionaba bien y así se lo hizo saber a papá; recetó unos medicamentos y pidió verte en una semana.
Salimos de la consulta y papá vio que un camión se ponía en marcha, se dirigió al chófer el cual iba al siguiente pueblo dónde sí había una farmacia, nos subimos en la cabina y deshicimos el camino andado. Me apeé contigo en brazos, papá tenía que seguir a por las medicinas, le quedaban otros tantos km. para llegar a la farmacia pero me advirtió que tuviera cuidadito y que anduviera despacito por las pendientes que llevaban a casa.
Tres días de tratamiento y mamá no notaba tu mejoría. Cuando más cansadita se te notaba era a la hora de comer, como si no pudieras tomar aire. Llegado el día de ir al médico para que valorara tu evolución, como papá tenía asuntos que resolver, mamá aún no estaba recuperada para el largo camino y yo amanecí indispuesta, te llevó la hermana más mayor, aunque no era la más vieja —a esa no la conociste—.
A primera hora de la mañana se puso en marcha porque era verano y al mediodía el calor aprieta. Te tocaba comer a las once, pero dieron las doce y todavía no se avistaban en la distancia. Mamá desde el patio de la casa, preocupada e impaciente tenía sus ojos fijos en la loma para ver si asomaba la silueta que nos diera la tranquilidad del regreso. Sobre la una reconocemos la figura en la lejanía y mandó mamá a uno de los chicos con una sombrilla para aminorar la descarga del sol sobre ti en lo que quedaba de camino. La hermana contó que el médico no estaba y mientras, estuvo esperando en casa de una conocida que notó que tú te ibas apagando e intentó darte agua y como el médico no llegaba, la conocida le rogó que regresaran que tú tenías que comer.
Cuando llegaste a casa mamá te cogió y observó que estabas desvanecida. Te quitó algo de ropa e intentó darte de comer pero tú no reaccionabas. Asustada mandó llamar a una tía que vivía cerca, ésta llegó y desde que te vio dijo que estabas muerta. Mamá intentaba que respondieras a sus estímulos, pero no, tus ojitos estaban apagados. Yo con el corazón dolorido te observaba inmóvil. Mamá no dejaba de llamarte y al verla llorar, lloré desconsoladamente. La tía te cogió y pidió una cinta blanca y te rodeó, desde la cabeza hasta la barbilla con una lazada, cuando yo vi que te iba a amarrar la boquita le dije que a mi hermanita no la amarraba, fui y le arrebaté la cinta. Se enfadó y me dijo que tú estabas muerta y que yo saliera al patio.
El pueblo estaba celebrando sus Fiestas Patronales. Tú te fuiste un viernes y el sábado era la romería, uno de los actos principales. La romería pasaba a media mañana por la puerta de casa y como éramos niños, nos dijeron que podíamos estar en el patio. Por la tarde te llevaron a enterrar, saliste de casa en los brazos de papá dentro de una cajita blanca.
Un ángel que hacía pocos días que había llegado a casa no podía irse tan rápido. Nunca te he podido olvidar. Con tu marcha sentí en mi alma un dolor desgarrador y aunque estuvimos juntas pocos días, tú ya eras parte de mí… Quiero decirte que me tenías embelesada y estaba siempre pendiente de ti pero como eras tan dormilona, no me diste la oportunidad de ofrecerte mis atenciones.
Hubo un largo silencio, las dos hermanas se abrazaron para fundir el amor que les unía. Entonces tomó la palabra Numar… En todo este tiempo no creas que haya estado ausente. Aunque no me percibían siempre estuve ahí, cerca, pero invisible. Con el devenir de tantos acontecimientos he sufrido y me he alegrado. Lo he percibido con intensidad porque estoy en un nivel donde puedo ver la verdad de cada corazón, donde el latido de cada emoción deja al desnudo las intenciones y los deseos que han quedado al descubierto los verdaderos sentimientos.
No sufras, recuerda lo que te dijo papá, yo también estoy orgullosa de ti. Eres auténtica, sin doblez, eso nadie te lo puede arrebatar por muchos infundios que viertan sobre tu persona. Porque unos hermanos para dañarte digan que tú has hecho o dicho algo que nos has hecho ni dicho no se va a convertir en verdad, pero las mentiras pueden sembrar la duda sobre tu integridad. Eso está lejos de las enseñanzas de nuestros padres. No sé cómo pueden mirarse a la cara y sentirse bien, eso es otro motivo más de tristeza para quienes nos dieron la vida y nos inculcaron valores verdaderos. Y ¿sabes qué te digo? «¡Que la vergüenza de la familia es la que te lo dijo!».
Recuerdos… Son tantos los recuerdos. Cuando le regalaste a papá su primer reloj de pulsera. Él que no quería otro que el suyo de bolsillo, se rindió desde que se lo pusiste en su muñeca, jamás se lo quitó. También recuerdo cuando le regalaste a mamá el cuadro que le hiciste con una conocida. Al verlo dijo:
—Pero si esta soy yo con el pañuelo y mira tú, rubia y dormida. Eras muy dormilona.
Y por ese motivo cuando mamá expiró tú te lo llevaste, Toya te lo reprochó y no pudiste contarle lo que significaba el cuadro para ti y para mamá.
Y aquella tarde angustiosa cuando murió papá, abrazadas tú y mamá no se lo podían creer… Yo también estaba allí y las acompañé por el largo pasillo que les llevó hasta él. Tú te convertiste en el mayor apoyo de mamá. Siempre estabas pendiente de que estuviera bien y la ayudabas emocionalmente para que no decayeran sus ánimos. Como no se veían diariamente, a través del teléfono te relataba sus alegrías y penas. La acompañaste en su larga enfermedad, te ocupabas de resolver y de facilitarle las gestiones y te preocupabas por ella, de cómo se sentía emocionalmente, de lo que necesitaba, de lo que quería… Por parte de los demás solo recibió indiferencia y así lo dejó escrito. Quería pagarte por ello y te decía que te quedaras con su dinero. Las dos lloraron mucho, tú porque la querías y ella agradecida porque eras la única con la que podía contar. Tú le decías:
—Pero ¡mamá! ¿cómo no voy a estar pendiente de mi madre?
Sola sufriste mucho durante su enfermedad. No tenías con quién desahogar la pena que te ahogaba, porque los hermanos no tuvieron ni pizca de sensibilidad y la hermana más vieja, a la que no conocí, te decía que no estuvieras preocupando a los hermanos. Tú cuando estabas con mamá te hacías la fuerte y al llegar a tu casa llorabas para deshacer el nudo que te apretaba la garganta. Pero en las sesiones con la psicóloga cuando mamá empezaba a contar lo que pensaba sobre su enfermedad y sobre sus hijos, lo que sentía y temía, ella lloraba y tú no podías aguantar y llorabas amargamente. Mamá como terapia escribía lo que sentía en cada momento, aparte de la larga carta que te entregó iba dejando notas aquí y allá, algunas fueron encontradas, pero ellas callan.
Aunque mamá estuvo haciendo sus cosas hasta último momento, los últimos baños se los diste tú y lo pasaban divertido. También sentadas frente a frente en la cocina le diste su última cena, y a ella le hacía gracia que le dieras de comer y riendo abría la boca… Y tú con el alma rota intuyendo que le quedaban pocos días de vida, llamaste a todos los hermanos para que ese fin de semana estuvieran en casa, y rodeada de todos sus hijos se fue ese fin de semana.
Son tantas las cosas que te recordaría que no acabaría. No decaigas, te recuerdo lo que te dijo papá al despedirse la última vez que se vieron, el día antes de levantar el vuelo: «Hija, estoy orgulloso de ti».
También mamá estaba orgullosa de ti. Tú y mamá recordaban mucho a papá y algunas veces me recordaron. Mamá decía que seguramente tú y yo seríamos las únicas que hubiéramos estado más cerca de ella.
Llevas muchos años aguantando, te dan en una mejilla y pones la otra, y cuando has preguntado el por qué, dicen que estás loca. Ellas saben lo que están haciendo, digo ellas, porque son las mujeres las que van a por ti. Visto lo visto últimamente se hace evidente que el mal se ha apoderado de todos. No hay uno que tenga un poco de sensatez para interrogarse sobre lo que está sucediendo y decir: ¿qué está pasando aquí?, ¿qué se esconde detrás de esta situación? Poco les importa saber la verdad, la verdad deja al descubierto su fealdad. Hay que ser sinceros y asumir errores… La hipocresía se ha convertido en la aliada de esos corazones que deben de estar secos, ya que tienen capacidad de destruir el cariño fraternal, herencia de nuestros padres.
Hermana, sé que eres fuerte porque te refugias en la fe para poder resistir y también porque sientes la fuerza de mamá y papá que te acompañan, pero he temido por ti. El sueño de la muerte me atrapó en los brazos de la hermana que te odia y ha sembrado la discordia, pues ella con sus manos ha querido asfixiarte. Sí, mientras tú dormías en su mente bullía la rabia y sus manos se tiraban a tu cuello. Así te lo dijo, y eso dice mucho de lo que siente por ti. Ya decía San Pablo: «Veo los peligros de la vida presente; peligro en la tierra, en el mar y en los falsos hermanos». Ten cuidado, bien haces en esperar a ver arrepentimiento sincero y sentimientos verdaderos.
En la vida cada uno cuenta según le vaya… Hay quién dice que la sangre no hace hermanos y que la llamada de la sangre es un cuento, porque muchas veces la sangre hace parientes y los amigos hacen hermanos, ya dijo Atahualpa Yupanqui: «Yo tengo tantos hermanos que no los puedo contar. Gente de mano caliente por eso de la amistad, con uno lloro, pa’ llorarlo, con otro rezo, pa’ rezar. Con un horizonte abierto que siempre está más allá. Y esa fuerza pa’ buscarlo con tesón y voluntad».
Muchas veces cuando estamos abatidos la luz nos alcanza, los espíritus del cielo nos protegen y la sangre se acelera sintiendo las raíces de la tierra bajo nuestros pies. Mientras la sangre de las venas se acelera la de las raíces hervía alimentada por la fuerza del amor que las unía y presintiendo la despedida, las dos hermanas cerraron los ojos para atrapar la luz de la imagen de tan hermoso encuentro.
Esta es la realidad de un encuentro de dos almas y un solo sentir, porque en las dos latían las mismas vivencias fraternales alimentadas por la ternura del mismo vientre que las acogió.
Fotografía: Theophilos Papadopoulos, cc.
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