sábado, 3 de marzo de 2012

El morbo que vende

Una pareja delante de un montón de televisores.

Esos espectáculos deplorables donde los «pseudoreligiosos» van para conseguir rédito personal y popularidad y desatar la polémica, y la gente con tal de atacar y criticar a la Iglesia, aprovecha cualquier despropósito de un descarriado para argumentar su teoría pagana, porque la gente da por bueno que las cosas sean como ellos quieren que sean y no como tienen que ser. Transcribo textualmente el interesante artículo sobre la presencia de un sacerdote en el programa de Tele 5 Gran Hermano escrito por Josan Montull:

¿Recuerdan ustedes al padre Apeles? Era aquel cura televisivo que entró como un elefante en una cristalería arrasando audiencias al manifestar su cercanía y amistad con personajes de la jet set. Fue un auténtico bombazo televisivo, una revelación. Cada declaración que hacía, cada frase, cada insulto eran celebrados por las empresas televisivas que se lo rifaban por tenerlo unos minutitos en la pantalla. El sacerdote en cuestión, que anteriormente había sido expulsado de varios seminarios, fue sancionado finalmente por sus superiores. Hoy es un desconocido que anda solo, arruinado, con depresiones y problemas con el alcohol.
Ahora otro cura vuelve a llenar el mundo de la tele: Juan Molina, «el cura motero». Ha entrado en el concurso Gran Hermano desoyendo las recomendaciones y las órdenes que desde su Congregación religiosa le han dado. Es decir, es como si en un matrimonio, el padre decidiera entrar en el concurso de marras, la esposa y los hijos le dijeran que ni hablar y que recordara sus responsabilidades, y el fulano en cuestión, desoyendo a los suyos, fuera a la tele.
Imagino a la productora del programa aplaudiendo con las orejas en el momento en el que el cura se presentó al casting. No debieron meditar mucho la elección; el morbo que provoca un religioso en un programa de esa catadura es suficiente pasaporte para entrar por la puerta grande, en moto o en barco. La misma Mercedes Milá gritaba como una loca que hoy Jesucristo entraría en Gran Hermano.

A mí no me importa demasiado el que este cura haya entrado en la tele. Me parece, eso sí, que Gran Hermano es un programa intelectualmente deplorable y moralmente pornográfico. Es el perfecto elogio de los vagos, superficiales, irresponsables y perpetuos adolescentes; creo que ninguna persona madura aceptaría entrar en ese espectáculo imbécil que hace un elogio de la estulticia. Me da la sensación de que en el cura motero no debe haber mala fe sino simplemente, inmadurez.
Lo que sí lamento es que no se hable tanto de otros religiosos que viven su ministerio en el servicio a los demás, poniendo en riesgo su vida y dándola con frecuencia. Durante estas semanas ha habido tres nombres de eclesiásticos que se han colado de soslayo en los medios y cuyo testimonio tan apenas ha tenido repercusión.

El primer caso es el del padre Antonios, un joven sacerdote ortodoxo griego que se está dedicando en el Hogar que él dirige a acoger a niños que familias griegas abandonan porque la crisis económica les ha dejado en una situación de miseria endémica. En Grecia 860.000 hogares están viviendo por debajo de los límites del umbral de la pobreza. El padre Antonios dice que en el último año han acudido cientos de familias a hacerles entrega de sus hijos. Preguntado por la BBC, explicó que en los últimos meses ya se ha encontrado a cuatro niños en la puerta, uno de ellos un bebé de pocos meses.
El segundo caso es el de Fausto Tentorio, sacerdote católico italiano que trabajaba en Filipinas. El compromiso de Tentorio con los indígenas era total. Defendía apasionadamente los derechos humanos de estas comunidades y esto le llevó a denunciar la indiscriminada proliferación de la industria minera en la región de Mindanao. Varias veces había sido amenazado de muerte. Era una persona sencilla que vivía exactamente igual que la gente local y por eso era muy querido. Tiempo atrás había escrito «Doy gracias a Dios por haberme concedido el magnífico don de la vocación misionera. Soy consciente de que esto implica encontrarme en la eventual posibilidad de una muerte violenta. Acepto todo lo que haya de venir y ofrezco mi vida por Cristo y la propagación de su Reino».
El pasado 17 de Octubre a las 8 de la mañana y después de haber celebrado la Eucaristía fue asesinado de dos disparos en la cabeza.
El tercer nombre es del otro religioso, Pedro Manuel Salado, gaditano. Llevaba un año en la misión de Quinindé en Ecuador. Su comunidad acogía a niños y niñas de la calle. El pasado 5 de febrero fue de excursión a una playa cercana con los chavales. Mientras jugaban cerca de la orilla, una ola engulló a siete criaturas y se las llevó al mar. El hermano Pedro se lanzó al agua y empezó a luchar contra la ola para salvar a los niños. Los fue sacando uno a uno. Tras sacar a los dos últimos (Selena y Alberto), Pedro moría exhausto en la playa. Uno de los niños, entre lágrimas, comentaba «¿Y ahora quién cuidará de nosotros?».

De estos tres religiosos, de estas tres personas tan apenas se ha sabido nada. Son tan de carne y hueso como usted y como yo. No aparecen en espectáculos como el cura motero. Mientras éste suscita un debate televisivo sobre cómo le depilaba las cejas una concursante, estos otros se dejan la vida en nombre del evangelio sirviendo desde el silencio a los más pobres. Estos sí están haciendo de grandes hermanos… lejos de eso, el cura motero sólo está haciendo el primo.

JOSAN MONTULL
Gracias a Dios hay miles de historias hermosas de gente buena, entregada a paliar las miserias del mundo, producto de «ciertos intereses encubiertos» que afectan a poblaciones desprotegidas e indefensas y no interesa que se conozcan, porque la generosidad, no vende…

Quiero añadir otra vida admirable. Hace unos días publicó Canariasahora.es la historia de una joven grancanaria campeona de España, que ganó el Oro en 1994 con el Metropole y hoy es monja misionera. Todo un ejemplo a seguir, con una sonrisa amorosa trabaja para aliviar el sufrimiento de los demás:
Mapi, una religiosa y ex saltadora grancanaria se encuentra en Filipinas ayudando a los más pobres. María del Pino Rodríguez de Rivera, Mapi, conserva la robustez física de la deportista que fue. Tiene 37 años y trabaja como misionera en un barrio marginal de Manila, la capital de Filipinas. Su devoción por Dios le ha llevado lejos de su Gran Canaria natal para ayudar a los más pobres de la ex colonia española.
Pero no siempre fue así. Durante un tiempo vivió «sin rumbo, como perdida, una época en la que todo me daba igual». Buscaba la felicidad en las marchas nocturnas, en las fiestas, incluso en el deporte, donde fue campeona de España de saltos en 1994. «Todo eso es bueno si se vive de forma sana y si se sabe colocar en el lugar que corresponde, pero cuando lo pones en el centro de tu vida, te destruye, porque eso pasa y no es la verdadera felicidad».

Un día despertó del letargo. Sintió la necesidad de salir de Gran Canaria, alejarse de un ambiente que le contaminaba. Dejó su casa y se fue a estudiar a Granada. «Algo dentro de mí me decía que iba a encontrar cosas buenas», explica. Mapi atribuye ese algo a su Dios, pues «allí empezó la más bella historia de amor que nunca hubiera soñado». Hoy el centro de su vida es su devoción religiosa con las Misioneras del Santísimo Sacramento y María Inmaculada y el trabajo con los pobres de Baseco Tondo, una de las zonas más míseras de Manila. Cómo llegó a ese lugar desde esa otra vida de confusión y desorden, es una historia que merece ser contada.
Para Mapi lo más importante es su familia, una familia cristiana que le ayudó a descubrir a Dios. Estudió en el colegio Las Teresianas de Las Palmas de Gran Canaria, donde practicó gimnasia deportiva y saltos de trampolín en el CN Metropole. De ahí aprendió «lo que significa esforzarse y luchar por aquello que uno quiere de verdad», así como «el sacrificio y la renuncia por alcanzar la meta deseada».
Sí Mapi, la vida se vive desde dentro, que Dios te bendiga y en tus oraciones pide por tus paisanos que viven al margen de Dios.

Fotografía: Arti Sandhu, cc.

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